Pollyanna en sus mejores momentos
Uno de los mejores fragmentos que he leído últimamente. Que viva Elvira Lindo, "Una palabra tuya", y los sinceros.
"Me acuerdo de un libro que me trajeron los Reyes cuando tenía diez años. Se
llamaba Pollyana y era de una niña pobre y huérfana de madre que vive
con su padre; resulta que cuando llegan las Navidades la tal Pollyana tiene que
ir a por su regalo a la beneficencia, porque en su casa no hay dinero ni para
eso, y la niña se encuentra con que Papá Noel ( en este caso las señoras de la
beneficencia), por un error organizativo, le ha dejado unas muletas. La niña,
Pollyana, se va llorando a casa, natural, pero creo recordar que es su padre,
que en el cuento estaba retratado como un santo pero que para mí era un cínico
porque si no es que no me lo explico, quien viendo a la niña llorar tan
amargamente con las muletas en la mano le enseña a jugar al Juego de la
Alegría. El Juego de la Alegría consiste en buscar un motivo de alegría a
cualquier acontecimiento de tu vida, por mucho que te joda un acontecimiento.
El padre de la niña, San Cínico, le propone que jueguen al juego de la alegría
con las putas muletas y Pollyana de momento se queda sin habla, con los ojos a
cuadros, como se hubiera quedado cualquier criatura ante una propuesta tan ridícula,
pero luego de pronto a Pollyana, que hasta el momento parecía un ser
inteligente, se le enciende una luz espiritual en el cerebro ( es un libro de
ficción, evidentemente) y siente que hay razones para ser feliz porque, dentro
de las innumerables desgracias que le han ocurrido ( muerte de la madre, padre
enfermo, pobreza, embargo de la casa, etc.), piensa Pollyana, ya absolutamente
contagiada de la locura de San Cínico, ese beato, dentro de la tragedia que
marcó su vida desde el primer día en que sus ojos se abrieron al mundo, hay un
motivo de celebración: ha recibido unas muletas, de acuerdo, ¡pero no tiene que
usarlas, sus piernas están sanas!
Fíjate
que yo sólo tenía diez años cuando leí el libro y ya a esa edad anduve varios
días cabreada y deprimida. Si no llega a ser porque no quería ofender a mi
madre, lo hubiera tirado por la ventana. A mi madre le gustaba. Para ser
exactos, le gustaba la teórica: esa niña, la felicidad que provoca el saber
resignarse, la superación de contratiempos. Pero en la práctica, ya lo ves, en
la práctica mi madre no quería verme limpiando. Los beatos siempre andan en el
terreno de la especulación. Ah, la vida real es otra cosa. ¿ Qué hubiera
pasado si yo le hubiera dicho: madre, mira a tu hija, soy barrendera, soy
marmota municipal, así me gano la vida y así creo que me la voy a ganar hasta
que me jubile? Madre, ¿ahora qué me dices?, ¿no crees que este es el momento de
poner en práctica el juego de la alegría de Pollyana? Me puedo imaginar
perfectamente cuál hubiera sido su reacción, ay, hija mía, no seas cruel
conmigo, no me castigues, por qué me dices esas cosas. Conclusión: mi
madre no se hubiera conformado con las muletas, como no se conformó con
que yo no fuera más que tres meses a la universidad, igual que no quería que
sus vecinas me vieran en paro, igual que nunca quiso que me vieran con la
monstrua Milagros."