martes, 21 de febrero de 2012

Por los estudiantes de Valencia y otras muchas historias más...



Los que me conocen bien de sobra saben el profundo y, hasta ahora, irracional odio que profeso a la policía. No puedo con ellos. Así, en general. Lo digo con bastante calma y tristeza. Me ponen negra desde que hace mucho tiempo, pero mucho, mi padre me aconsejó en una ocasión que no me fiara. Él posiblemente ni se acuerde, pero a mi se me quedó grabado y desde entonces, después de fijarme y confirmar que tenía razón, no he dejado de desconfiar en ellos, aunque a veces me equivoque. Y yo que, en mi inocencia, pensaba que eran los buenos...


Sé que, como en todo, hay buenos y malos. Vale. Pero me parece tan penoso que en una profesión como esta haya malos... Tantos malos. Malos de corazón. Cosa que, lógicamente, afecta mucho más si eres policía que si eres panadero.


Cuando estaba en la carrera andaba una tarde por El Retiro haciendo unas fotos para un trabajo. A mi lado se puso un coche patrulla y el policía que iba dentro (sin compañero) me dijo que me metiera en el coche. Sin más, metete en el coche. Por supuesto le dije que ni de coña. Me insistió y le volví a decir que ni de coña me iba a meter yo en el coche de nadie, hombre. Cambió el tono, me dijo que un tío me estaba siguiendo y que como no me subiera en el coche, a lo mejor me quedaba sin cámara y sin algo más... Me acojonó, acabé metiendome en el coche patrulla con él, por supuesto, y tuvimos una conversación de lo más reveladora. "Has hecho bien en no fiarte a la primera ni a la segunda. Porque no siempre son buenos los policías. Yo te acompaño, sacas tus fotos y te vuelvo a dejar en la entrada." Y realmente así fue. Me acompañó, saqué mis fotos y me devolvió a la entrada.


Hoy por hoy sigo pensando en este momento y no sé si realmente fue del todo sincero. No sé si quiso ayudarme o pasarse un rato con una tía prieta, que en esas épocas yo estaba muy prieta (jaja). No sé si quiso meterme miedo, sentir su poder, y llevarme a lo más profundo del parque. No sé si tuve la suerte de que mi ángel de la guarda hablara con el suyo y le convenciera de que sería mejor para todos dejarme vivir en paz. 


Posiblemente todo esto se reduce a lo más sencillo: un buen hombre que me quiso ayudar. Así lo quiero recordar aunque no puedo evitar que me sigua mordiendo la duda.


A parte de esta anécdota, tengo otras muy jugosas de policías a punto de partirme la cara en las fiestas del 2 de Mayo en Malasaña, en manifestaciones en las que ni si quiera participaba en Barcelona y de llamadas al telefonillo obligándome a abrirles la puerta. Perdona, pero tu uniforme no te da paso a mi casa. Si quieres algo, ya bajo yo y me dices qué necesitas en el portal, por favor.


Siento muchísima pena por aquellos policías buenos que ahora están viviendo la vergüenza más supina de su profesión. Siento muchísima rabia por todos aquellos estudiantes que esta noche han dormido calientes y llenos de terror.







miércoles, 8 de febrero de 2012

Lo de ET no es casualidad

  
Hace ya unos meses leí esta columna de Elvira Lindo cuando iba en un avión, no sé si hacia un lado o hacia otro, de ida o de venida que ya confundo dónde está mi hogar. Y me encantó. Me gustó mucho porque de alguna manera, quizás más sutil, me sentí muy identificada con ella. 


Sé lo que es quedar con un amiga (o amigo) y verla con el Iphone o la Blackberry amorrada como si no hubiera mañana. Contenta como una loca al oír la campanilla y sonreír como una boba por ese mensaje que ha recibido. Mensaje que tú, efectivamente, te imaginas revelador, suculento y, como poco, picantón. Y que encima no te cuenta.


Cuando uno está fuera de la órbita tecnológica, llega un momento en el que piensas que si no te pones las pilas, te va a quedar atrás. Te proyectas al 2035, con tu cuerpo de señora, preguntándole a tus hijos cómo se enciende y se apaga la próxima máquina infernal que tendremos para calentar la leche y te entra el pánico. Te entra el pánico y te lo meten los demás, que te insisten que si no tienes Whatsapp, estás cavando tu propia tumba social...


Así que te lanzas a la piscina, te instalas todas las aplicaciones que te van a reanimar la vida y te das cuenta de que la vida, emoción arriba emoción abajo, sigue igual. Que esos mensajes secretos, reveladores y suculentos, no son nada picantones, si no más bien una "alerta" de que alguien a clicado un "me gusta", y posiblemente poco más. Pero molan. Molan bastante.


Reconozco que llevo dos días fundiéndome la batería de la BlackBerry (porque no me da la vida para un Iphone) en menos de una mañana. Dándole a todos los botoncitos, mandando mogollón de muñecos sonrientes, amorosos, cabreados, peces, montañas, soles y cacas. Reconozco que me encanta mandarme whatsapp con mi madre (me acaba de mandar una foto guay), con mi sobrino Guillermo y con todo el mundo. Reconozco que tiene su gracia y me llenan de ilusión. Pero tengo miedo de pensar cómo vamos a acabar. Vaticino un mundo lleno de gordos, como en Wall-E, con los pulgares como cuellos de jirafa. Que lo de ET no era casualidad.