sábado, 15 de octubre de 2011

Bienvenido al mundo



Las mañanas en casa de mis padres son un festival de cafés, ellos que lo beben, de periódicos, revistas y charlas en pijama. El tiempo no se para pero nosotros seguimos muy despeinados, fumando, los que fumamos, y haciendo poco a poco cosas de la casa mientras siguen las charlas. Nos perseguimos los unos a los otros terminando de contar historias, hasta que el tiempo nos pilla y llegamos puntuales y sin correr a donde tenemos que llegar. 


En mi casa somos pelín impacientes y no nos gustan las esperas, así que vamos pelando el tiempo hasta que se le ve la carne para dar un paso más allá. No nos gusta estar sentados, pensando, así que hacemos de todo hasta que llegan los momentos que esperamos. Ir la banco más lejano a sacar dinero o buscar una floristería lo suficiente mona y observar como mi madre charla de nuevo tan a gusto esta vez con un un tío tatuado hasta las patas y con dilataciones en las orejas del tamaño de una nuez de California sobre si el brezo se debe regar o es mejor dejarlo secar.


Nuestros ángeles de la guarda saben como somos de toda la vida. Y como nos quieren y nos cuidan, siempre nos susurran que es el momento de dejarse de gilipolleces y dar un paso hacia lo que estamos esperando. Nos empujan para salir de la floristería y bajar a la evitada sala de espera. Y coger el ascensor indicado, no otro, para que justo cuando lleguemos a la -1 nos encontremos a mi hermana y a su hijo recién nacido. Tan a gusto, tan contentos y con sorprendentes reflejos como para darse cuenta de que me he cortado el pelo.

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