martes, 5 de julio de 2011

La vida secreta de los mecheros



Hay objetos que tienen vida propia. Los calcetines que rompen relaciones y abandonan a la pareja, las horquillas que huyen a parajes más cálidos y lejanos, las gomas de borrar que son inmortales o los mecheros que son capaces tanto de reproducirse cual conejos así como de abandonar el nido volando. 


Todos nos hemos encontrado en los bolsillos mecheros insospechados que jamás hemos comprado, con dibujos de toros y banderas de España, hojas de marihuana, tías medio en bolas o con la dirección de un asador de Teruel. Incluso algún día ha caído en el botín un clipper de los chulos que te pones tan contento, porque esos son los mejores, sin ninguna intención de mangar.


Todos, incluso, en algún momento rebelde de nuestra vida hemos chorizado un mechero en plena consciencia, aunque vayamos un poco pedo. Venga, joder, no lo neguemos. Alguna noche, en una fiesta, hemos pillado un mechero que no nos corresponde aprovechando la confusión y nos lo hemos agenciado porque qué dura es la noche teniendo que pedir fuego toelrato. Eso si, si hay muchos mecheros colgados por las mesas.


Pero lo que nunca jamás había visto antes es mangar un mechero con plena serenidad utilizando triquiñuelas y haciendo luz de gas. Nunca jamás, hasta ahora, había visto a alguien mantener tanto la calma, de tal manera y con semejante frialdad, como para coger el mechero sin que tiemble el pulso, que le has estado ofreciendo toda la noche. 


-"Qué curioso. Es igualito que el mío. También blanco y redondito. Es que éstos son los mejores." Y metérselo en el bolsillo con toda paz. Pues claro, es un clipper!


¿Cómo se queda uno? Pues sin palabras y sin fuego. Y sin ser capaz de llevar el juego más lejos y hacer una trececatorce para recuperarlo en plan reto. Para echarte una risas, sobretodo.


Los mecheros, por favor, se mangan. Pero sin artimañas, ¡por dios!

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